Cultura

Hello Goodbye y el brazo roto de mi amigo

Corría el año 2012, tenía 17 años y con mis amigos del colegio nos encantaba ir a patinar en longboard al condominio de un cuate que tenía un pavimento exquisito para hacer slides. Aquellas tardes soleadas de marzo, olvidar la tarea y destruir el uniforme con cada caída, tomar cerveza brahva (porque era la única porquería que soportaba nuestro cuerpo puberto), fabricar guantes para deslizar mejor, tener conversaciones banales y estúpidas, y así pasábamos las tardes, en un constante estado de “Hakuna matata”, por no decir que nos pelaba la verdura.

Rafa, el caquero del grupo, le acababan de regalar un equipo de sonido inalámbrico con el que los celulares se podían conectar por medio de bluetooth. El encargado de la música siempre fue Santi, no porque quisiéramos, sino porque él se apoderaba del aparato y no lo compartía, entre su playlist siempre sonaba “kool & the Gang”, “The Beatles”, “Van Halen”, y cuando se sentía un poco más atrevido “Phil Collins”, las mismas 40 o 45 canciones (la memoria no daba para más) nos acompañaron por todo ese año de longboard con uniforme escolar.

Todo era risas y chistes hasta que el gordito del grupo dijo que quería intentar patinar, todos tratamos de persuadirlo para que no lo hiciera, pero con cada insinuación nuestra, él se empeñaba en su idea… Y así fue, se lanzó. Eligió la bajada más empinada y larga, quería demostrar que no tenía miedo y el resultado fue lamentable, vimos como nuestro paquidermo amigo agarró una velocidad ridícula, sus brazitos realizaban movimientos descoordinados buscando tener algún tipo de estabilidad sobre la tabla, el wobble era brutal, la tragedia inevitable.

“Oh no! you say Goodbye, and I say hello, hello, hello!” cantaban The Beatles cuando vimos como nuestro amigo salió volando de la longboard y cayó con su brazo izquierdo en el pavimento, dejando ir todo su peso sobre éste y de paso enterrando el cachete y raspándose las rodillas… ¡¡CRACK!! Y todos se llevaron las manos a la cabeza en un movimiento casi coreografiado. Corrimos a asistir a nuestro amigo que se encontraba inmóvil en el suelo (creo que se noqueo, él lo niega pero a mí no me engaña) “¿¡Estás bien gordito!?” preguntábamos todos al unísono.

— No responde… creo que se murió — Dijo Rafa sin el menor atisbo de preocupación.

— ¡No digas muladas! Capaz que sí se lastimó, ¿gordito estás bien? — Decía Santi asustado — ¡A la shit! Mírenle el brazo, parece una Z.

El gordito empezó a reaccionar, “me caí, muchá. Pero estoy bien, no se ahueven”. Y de fondo seguía sonando el entusiasmo y felicidad de The Beatles, empeorando y haciendo más perturbadora la situación.

— Esto es de ir al hospital ahorita, manito — le dije — te partiste el brazo a lo bestia, pero tranquilo que esto tiene solución.

Nuestro herido amigo al verse el brazo empezó a llorar y maldecir el momento en que tomó la longboard. Y sí, nunca más volvió a patinar, y ahora yo y mis amigos cada vez que escuchamos “Hello Goodbye” soltamos unas risas y recordamos como voló nuestro amigo por los aires, dejando un tatuaje mental perfecto de la caída y el brazo roto.



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