Historias

El cerrajero que lo entendió

3:00 am, martes. Escucho las patrullas pasar con su sirena activada, dejo a Hemingway por un lado, recuesto mi cabeza en la almohada, cierro los ojos.
Recuerdo la historia que me contó don Manuel mientras instalaba cerrojos en la casa de mi vieja. Don Manuel, el cerrajero imberbe, el maniático que siempre tenía que mascar chicle porque según él “le calma la maldad”, pero su mayor peculiaridad; el parkinson que únicamente se le manifestaba en la mano izquierda.

– sabe, la vida es yuca para al que le gusta el güaro. – dijo mientras empezaba a trabajar.
– ¿si?, yo más creo que eso sólo lo complica todo. – le dije mientras observaba con mucho ripio su labor.
– es que no es tan sencillo.
– ¿cómo?
– a uno no le gusta chupar porque sí, a uno sólo se lo pide el cuerpo, al cuerpo es el que lo demanda, a uno como gente, no.
– si pues, se crea adicción.
– sólo así furula uno bien, pero viera que las consecuencias que trae son difíciles.
– me imagino, eso arruina vidas, destruye familias.

Don Manuel me vio con desdén, como si le acabara de decir una grandísima estupidez.

– la vida si se la chinga a uno, pero lo peor es cómo lo atienden en los lugares de cuidado. – se refería a un hospital.
– Uno no puede esperar mucho. – le digo de forma ya desinteresada y con un poco de asco, el tema me resulta cansino.
– viera que cuando me tuvieron ahí encerrado, tenía a un señor ya mayor a la par mía que se la pasaba todo el día en silencio, sólo en la madrugada chillaba, pero viera que gritos daba.
– pobre señor. – mi forma esquiva y mi mirada concentrada en su trabajo espero le hagan comprender que no me interesa más el tema.
– sí, siempre lo hizo que anduve por ahí. Otra cosa horrible era cómo lo trataban a uno los médicos y enfermeras, llegaban sin decir nada y sólo le ponían y quitaban alambres, metían inyecciones sin preguntar y sin decir qué diablos era, y mire que habían unas que como dolían, peor que perro callejero lo tratan a uno. – se detiene un momento, revisa su celular, me voltea a ver y sonríe para seguir con su queja. – viera que un día me empezó a arder el estómago, pero como si me hubiera tomado un litro de gasolina y le prendieran fuego desde dentro, !Ja! Ese día hasta sangre vomité, y si no le molesta que me sincere, cuando fui al baño, también sangre, ¿y cree que los médicos o alguien se preocupó? Nada, nada de nada. Parecen robots sin corazón los malditos. – dijo visiblemente molesto.

– por eso hay que dejar el güaro. Veo que ya casi termina, un poco complicada está la pieza, ¿verdad? – le dije procurando ser obvio en mi intento por cambiar la conversación.
– sí, cachito difícil. – dijo con rapidez para retomar el tema central de su charla – Pero otra cosa era la comida que le dan a uno, en la mañana, una avena sin sabor. Al mediodía, un pan y un café que sabía a agua de calcetín. En la noche, una gelatina o un pan tieso. Pasé cinco días comiendo esa cochinada, tal vez por eso el señor de la par mía chillaba.
– pero mire – le dije. – usted ya lo dejó, ¿verdad?
Me vio fijamente y sonrió.
– yo eso jamás lo voy a dejar, tengo 63 años y no me queda mucho. Lo que no quiero es volver a ese maldito infierno, ese lugar donde uno paga la penitencia por sus pecados…
– pues don Manuel, si sigue así, ahí mismo va a volver a parar.
– por eso le entro con más ganas, así me mata antes de volver – dijo mientras sonreía con cinismo
– fue miserable en ese lugar, ¿verdad?
– cien por ciento, le digo que ese lugar sí es el mero infierno. Chupando tranquilo soy más feliz, así cuando veo a la calle nada es ni bonito ni feo, ni buenos ni malos, sólo me preocupo por mi traguito y tener sombra para no andar ardido después.

Termina su labor y lo acompaño a la salida, le doy su cheque y me despido en la puerta, don Manuel corresponde con toda educación.
– espero volverlo a ver, joven. – dice con una sinceridad que me perturba – que tenga feliz tarde.
Sé perfectamente bien en qué se irá el dinero del cheque, sé que don Manuel no sabe si vivirá otro día después de entrar en su estado dipsómano, pero lo puedo entender. Don Manuel es víctima de las circunstancias, quizás don Manuel, en su clarividencia, prefiere escapar a la triste realidad que lo rodea, prefiere estar obnubilado y perder toda cognición, don Manuel quizás hubiera podido ser amigo de Diógenes, Epicuro o el Marqués de Sade. Tal vez don Manuel leyó por algún lado que Miguel Ángel Asturias dijo qué: “en Guatemala sólo a verga se puede vivir”. Y se dio cuenta que, efectivamente, para él sólo así se puede vivir acá.

¿Quién mierda soy yo para criticar o juzgar su estilo de vida?, quizás él ya entendió algo que muchos de nosotros aún no, porque al final, todos creen ser especiales, diferentes, nadie quiere ser don Manuel pero creo que él sabe que todos somos lo mismo, siempre lo mismo.

 

Por Gabriel Dary

 



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